¡Ay! DUDA manierista que pone en entredicho la VALIDEZ DE LOS BONOS DE DEUDA.
Ser o no ser AVAL de hasta 100.
Ser o parecer.
Cuento:
Hasta 100 ... puede pedir BONCA, el ladronzuelo de mi vecinillo, al riquín del barrio. Ha pedido al conjunto de vecinos que seamos su aval y lleva la ruina encima por su mala cabeza.
¿Mala cabeza? Muy mala. Las cuentas que hace pocas veces se corresponden con la realidad, es decir, intenta engañar hasta a su madre y peor aún, se engaña a él mismo.
¿Saben? El sinvergüenza de mi vecinillo se ha hecho imprescindible en mi bloque. Que ¿por qué? Es nuestro Sereno. Se ha apoderado de las llaves de nuestras viviendas y para poder entrar en casa propia, tenemos que acudir a él. Fatal hicimos por permitírselo, pero el riquín del barrio nos obligó: -Para tu abrigo (techo) debes tener una llave electrónica que Bonca te dará-. Esta modernidad nos dijo y sin remedio, convertimos al ladronzuelo de Bonca en un MEDIADOR-.
Hasta 100 ... puede pedir el ladronzuelo de mi vecinillo y me ha pedido que sea su AVAL.
¿Me podré fiar de él? ¿Qué debería hacer?
Si acepto y firmo, nadie me garantiza que pagará y si no paga, deberé apechugar con su deuda; si soy yo quien debe pagar, me arruino. No me garantiza que pagará porque no sabe cómo va a conseguir dinero para afrontar su deuda mes a mes.
Quizás (seguro que) el ladronzuelo de mi vecinillo, que me ha pedido ser su aval y en su poder están todas las llaves de nuestras casas, nos ponga condiciones extraordinarias -porque su situación de endeudado lo exige- cuando vaya a ofrecer el imprescindible servicio a los vecinos.
DUDA manierista que pone en entredicho la VALIDEZ DE LOS BONOS DE DEUDA.
Ser o no ser AVAL de hasta 100...
Ser o parecer.
Literatura de un gran escritor
EL SOLILOQUIO DE HAMLET (William Shakespeare)
¡Ser, o no ser, es la cuestión! -¿Qué debe
más dignamente optar el alma noble
entre sufrir de la fortuna impía
el porfiador rigor, o rebelarse
contra un mar de desdichas, y afrontándolo
desaparecer con ellas?
Morir, dormir, no despertar más nunca,
poder decir todo acabó; en un sueño
sepultar para siempre los dolores
del corazón, los mil y mil quebrantos
que heredó nuestra carne, ¡quién no ansiara
concluir así!
¡Morir... quedar dormidos...
Dormir... tal vez soñar! -¡Ay! allí hay algo
que detiene al mejor. Cuando del mundo
no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños
vendrán en ese sueño de la muerte!
Eso es, eso es lo que hace el infortunio
planta de larga vida. ¿Quién querría
sufrir del tiempo el implacable azote,
del fuerte la injusticia, del soberbio
el áspero desdén, las amarguras
del amor despreciado, las demoras
de la ley, del empleado la insolencia,
la hostilidad que los mezquinos juran
al mérito pacífico, pudiendo
de tanto mal librarse él mismo, alzando
una punta de acero? ¿quién querría
seguir cargando en la cansada vida
su fardo abrumador?...
Pero hay espanto
¡allá del otro lado de la tumba!
La muerte, aquel país que todavía
está por descubrirse,
país de cuya lóbrega frontera
ningún viajero regresó, perturba
la voluntad, y a todos nos decide
a soportar los males que sabemos
más bien que ir a buscar lo que ignoramos.
Así, ¡oh conciencia!, de nosotros todos
haces unos cobardes, y la ardiente
resolución original decae
al pálido mirar del pensamiento.
Así también enérgicas empresas,
de trascendencia inmensa, a esa mirada
torcieron rumbo, y sin acción murieron.