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Comentario
Por mi parte regalo este cuentecillo que no sé si clasificarlo como texto literario (tiene una parte) o panfleto (tiene gran parte), lo escribí en setiembre de 2008. Lo titulé "Economía pseudópoda". Se publicó en la revista literaria Palabras Diversas (gracias) en su número de octubre/08. Lo escribí reactiva ante la crisis no reconocida por nuestros políticos y miedosa (justo miedo) a causa de que el mutismo, la falta de entendimiento y los intereses particulares (financieros y partidistas) encontraran como única respuesta al crac, el inventarse una nueva guerra (negocio que reactiva las bolsas, genera destrucción y nuevos empleos... ¡Un susto!). Narré lo conversado con un viejo amigo cabrero y filósofo. Dice así:
La noche del último lunes del mes de septiembre del año 2008, como suelo hacer cuando mi ánimo se siente cubista, visité a un viejo amigo: un cabrero. Su “al pan, pan y al vino, vino”, su manera de esquematizar la realidad, su visión particular de la vida vista desde lo alto de una loma, y cientos de virtudes más, hacían que este hombre me diera hilo en la vida. Me atendió en el “techado”, junto a la Mari, la cabrilla que le quedaba y que aún daba leche para la casa.- Llevabas tres años sin aparecer, niña. ¿Qué se te ofrece? -dijo sonriente.- ¿Has escuchado la radio? -le contesté a la par que acaricié la cabra, y en la misma arrastrada de mano, le tomé la mejilla, le hice una carantoña y le besé la frente.- ¡Cómo rebañas! No cambias.- ¿A qué te refieres?Se levantó despacito de su posición en cuclillas, tomó su tiempo para enderezarse, posó su mano izquierda sobre la cadera y con la derecha subió hasta la cintura el pantalón, éste estaba raído, remendado y muy limpio.- ¿Aún te dura? Buena tela, ¿eh? -le dije mientras esperaba que iniciara su charlita.Aún no había terminado de asentar su cuerpo. Haciéndose el sordo, continuó con su tarea de adecentarse. Sacudió el polvo de su vestimenta, se miró las manos, palpó sus callos, se fijó en el nuevo rasguño, esta vez lo tenía en el dedo pulgar, y…- ¿Te duele? -le pregunté. Intenté verlo y añadí: ¿Quieres que te lo cure? Siguió obviándome. Metió la mano en el bolsillo, sacó un pañuelo, lo lió en el dedo y por fin habló:- Me refiero a eso. En mi gesto de levantarme, que por mi edad lleva su tiempo, tú has iniciado cuatro conversaciones: sobre el uso de los objetos (mi pantalón), la calidad de los materiales (la tela), los accidentes laborales (la herida) y la aceptación de tu ayuda, si es solidaridad o es por pena (tu prestancia a curarme). ¿Qué he podido tardar? ¿Cuarenta segundos?- Habló y me dio una lección, porque leer sí leía este cuidador de ganado.- ¿Eso he hecho? Estás exagerando, viejo. Me limité a ser cordial –llegué a replicarle.- Sí, he escuchado la radio y todo el mundo ha rebañado, nos han tratado como tontainas.Lo conseguí sin querer, conseguí enfadarlo. Enfadado se le soltaba la lengua. Era entonces cuando mi viejo amigo repartía el pan y el vino. No sé cuál fue mi pose, pero me regañó otra vez:- Niña, que se te cae la babita - recuerdo que me dijo.La Mari berreó celosa y el viejo la echó al patio. En el patio estaba el perrillo y éste ladró. El ladrido alertó a otros canes y estos lo imitaron. El ruido molestó a los pájaros y el que pudo y supo aleteó, emprendió el vuelo o emitió sonidos. Desde el patio y ante la algarabía, alguien gritó:- Manuel, atiende a los bichos, que yo no puedo, me estoy aseando y hay poco agua.-¿Tienen agua? -preguntó un hombre al paso por la puerta de la casa. ¿Les sobra agua para asearse?- apostilló asombrado.Se lió. Mi viejo se me excusó con la mirada y salió al patio, pilló a la cabra y la ató. Mientras lo hacía le ofreció al hombre la posibilidad de asearse:- Si quiere, pase a casa y cuando termine mi hija, entre al baño y se lava. Cuide el agua que hay poca; la que queda es la que se recogió de los tejados en las últimas lluvias y el aljibe está que casi se le ve el culo. María, María (como la cabra) –llamó a su hija para decirle–: Atiende a este hombre que ha venido la nena.-Vale –contestó la hija.Más tranquilo, se asomó al techado donde le esperaba y me invitó a sentarme en el patio. Prendió la luz y comenzó su charlita.- Economía “pseudópoda”.- ¿Qué?- Economía con falsos pies. Es fea la palabreja, pues más fea es esta forma de organizarse el mundo. Parece que se mueve el dinero, que hay riqueza. pero, ¿qué riqueza es ésta? La culpa, los pies falsos. La maldita economía pseudópoda.- ¿Hay solución? ¿Crees que la hay? -le interrogué porque estaba segura de que tenía sus respuestas. Así era.- Escucha, nena, un pseudópodo es una extensión del citoplasma de ciertas células y seres unicelulares que se mueven para devorar. Hay que eliminar a estas células y seres, estos que mueven la falsa riqueza.- ¡Qué bestia! -lo insulté.(A partir de aquí comienza lo panfletario.En los anteriores párrafos se ha descrito la aceleración desmedida mediante gestos)- Nena, ¿matar? No. Digo que haya una juntera de todos los Estados del mundo y que a esta juntera acudan sólo los políticos de verdad, aquellos que no están untados, que no son una extensión de las células pseudópodas y si no queda ninguno, que se reúnan teóricos demócratas que valoran principios como la igualdad, el respeto… Y que se invente una nueva organización negociada sin que medie el dinero.- ¿Y?- Hay que hablar y detener el crecimiento económico disparatado y el anhelo de que esto suceda.- Eso está hecho -le dije-. Ahora decrece.- Decrece, pero esta crisis económica se vive como un problema, pues se anhela seguir creciendo. Esto es lo que se ha de cambiar primero. El sistema ha fallado por falso. Es bueno que caiga y se vuelva a empezar de otra manera. Se han de confiscar los datos de todos los bancos del mundo. En ellos está la información de cualquier ciudadano si ha tenido cuenta corriente. Ellos saben más que la inteligencia de los estados, que los polis. Eso no puede ser.- Pues vaya -aplaudí.- En paralelo, hay que compensar atendiendo las diferencias en cuanto a calidad de vida: hay que dar más a quien no tiene, porque lo necesita.- Difícil, ¿no? – le desafié.- También hay que hacer desaparecer toda la industria relacionada con el mundo bélico, destruir su producción, destruirlo todo.- ¿Y los malos? -pregunté.- Moderarlos a puñetazos.- Viejo, me cuentas cuentos -lo traté de idiota.- Sigo. Mientras tanto, mucha educación: que en vez de comportarnos como consumidores, volvamos a ser ciudadanos. Mientras tanto, seguir trabajando la tierra, a los animales, las cuestiones de salud, etcétera, etcétera, que siga funcionando las tareas de la vida que nos mantienen: agua, comida, salud, educación. Nuestro organismo vive porque sus vísceras vitales funcionan. En la transición, que funcione los intercambios, los trueques, y que haya monedas de cambio honorables, dignas, compensadas, que se usen a nivel vecinal, que faciliten esta tarea, que no todos somos listos y así no habrá disputas.- Dices imposibles -le dije triste.- Sigo soñando, como afirma la poeta Lola. Nena, nos espera la guerra, que así es como hasta ahora se han resuelto las crisis, con más miserias. Y no sé dónde la harán ahora. No me vale que no me salpique. Eso duele.
Más comentario: añado que confío plenamente en la naturaleza del ser humano, su capacidad de encontrar soluciones creativas, de innovar... Las guerras no son la solución, ni las guerrillas ni argumentar con tonterías.
silvia lázaro díaz