Por la Fiesta de la POESÍA. Un placer regalar este recopilatorio de textos:
Cuestionándome las guerras que las palabras justifican
Me duele este cuento. Espero que no suceda: 
EL NÚMERO 23 DE LA CALLE TRUEQUE23:00 H 
LUGAR: LA PLAZA 
Un   grupo de personas, entre ellas niños, jóvenes y viejos, se han citado   en la plaza para sumarse a una huída que aún no se sabe de qué ni se   conoce a dónde. Los habitantes del lugar asustados por los sonidos de   guerra y sorprendidos por el anuncio de la invasión inminente del   ejército más poderoso del mundo, no dan crédito a lo que está   sucediendo. Piensan que los dirigentes se han vuelto locos. Los que   siempre han sido los aliados dicen ahora que son los invasores. El bulo   que se difunde es que están OCUPANDO y APLASTANDO EUROPA. Llevan días   incomunicados y los “medios” informantes están sucios por los ruidos o   simplemente silenciados. 
Días   antes en el pueblo se dieron movimientos de población gregarios   -designios de la religión y la raza-. Los reencuentros y los saludos de   reconocimientos entre seres humanos unidos por su imagen eran   frecuentes: los de igual color de la piel, complexión corporal o   similares rasgos faciales se congratulaban al verse. Años antes y por   los siglos de la tradición, en este pueblo cabía cualquier persona. Sin   distinción de raza, origen… Ahora no. Por ejemplo, el hijo de la blanca   María, Germán, que era negro como el tizón, se despidió de su madre   cuando decidió seguir la tendencia de la moda. 
– Madre –le dijo- mi grupo huye a las montañas. 
– ¿Tu grupo? –preguntó María. 
–  Sí, mamá. Los negros del pueblo nos vamos. Cuentan que si no escapamos   nos desmembrarán. Y el blanco que nos de abrigo sufrirá de igual  manera.  Eso es lo que dicen mamá. Te quiero mucho –le  susurro al oído mientras  le abrazaba. Se despidió y María, la blanca  polaca se quedó llorando.  Cogió de la mano a su pequeña de largas  coletas y también de piel  transparente como ella y deambuló por las  calles del pueblo. Cada  lágrima resbalaba por su bella cara arañándola  con los recuerdos. 
A   María nunca se le hubiera ocurrido aparearse con un perro o un gato o   un mono. Su gen de especie, sabio y continuador de la humanidad, limpió   desde los ancestros el chauvinismo dantesco que se imponía. Y mucho   menos María pensó en engendrar descendientes con ratas o caballos. Su   instinto vital le comunicó con humanos de ojos azules, o de piel negra, o   de rasgos hindúes, o grandotes y blanquecinos, o de pelo rizado como   los del Magré, o sea, se relacionaba con personas. 
Ahora   su hijo la apartaba arguyendo que era diferente y que ese hecho hacía   que los destinos fueran más crueles para él por ser negro. María no lo   entendía y las lágrimas agridulces que brotaron la ahogaron. Se le paró   el corazón y murió de pena, sin querer pertenecer al nuevo orden  mundial  aberrante para la especie a la que pertenecía: LA DE LOS SERES INHUMANOS. 
La   niña de las coletas vio a su madre muerta y recordó a su hermano.   Sintió la necesidad de caminar. Su pequeño cuerpo albergaba tanta vida   que la puso en un movimiento hacia el eterno perdido. La pequeña llegó a   la plaza cuando la noche se hizo negra y se arrimó a una persona que   tenía la cabeza vendada: herida de guerra. Valiente como su madre, ella   se asió de la mano al más diferente y le sonrió. – Quiero hacer “pipí” -–le dijo. En un retrete  –le  aclaró. Ambos se apartaron del gran grupo  que se estaba organizando  para iniciar la partida y buscaron una casa  con la puerta abierta y  apariencia de limpia. Llegaron hasta una  mansión. La niña empujó el  portón y el crujir de bisagras alertó al  vigilante: un hombre grandote  de rasgos árabes. 
– ¿Qué queréis? –interrogó. 
– Usar el cuarto de baño –contestó la persona mayor de cabeza herida. 
– Hacedlo, pero daros prisa. Esta mansión va a ser bombardeada. 
– ¿No nos podemos quedar aquí? –preguntó la pequeña. 
– No. Es muy peligroso, niña. – Ya cuando salían, la cría insistió y el  vigilante les aconsejó: – Iros  ya. La puntería de los aviones es certera  y este lugar es un blanco  estratégico. Dirigiros a calle Trueque 23, en  el barrio de los  Filósofos. Allí dan cobijo. 
Más   rápido que el viento y más asustados que dos conejos, la pareja se   dirigió a la dirección que les iba a salvar la vida: única oportunidad   que se les ofrecía pues, los agrupados en la plaza con seguridad se   habían marchado. El número 23 de la calle Trueque era un edificio de   gran altura y cuyo acceso consistía en una estrecha puerta de latón de   apertura hacia el exterior. Sin luz, los dos ya inseparables amigos,   dotados con ojos de felino, se introdujeron en el portal. Restos de una   escalera angosta, sin barandilla, en la que en los laterales habían   colocado baldosas, losas y ladrillos de forma que al menor descuido   caían precipitándose por los escalones y avisaban a los supuestos   refugiados, fue lo que se encontraron. 
Subieron   sin disimular su llegada hasta tres alturas de rellano de escalera,   estos carecían de puertas. En el cuarto piso dieron por fin con una   entrada. La niña la abrió diligente y desapareció a los ojos de su   acompañante. Éste no escuchó sonido alguno de violencia ni de agonía,   así que no se alarmó y también entró. Un quinteto de personas se le   interpuso nada más rebasar el umbral, todos de piel blanca y   transparente. Buscó con la mirada a su compañera y lo que vio es de   difícil descripción: una nave de siete pisos de altura desde el bajo al   techo en la que en sus muros se repartían terrazas aparentemente sin   acceso, flotando y en un número de más de cincuenta. En ellos se veían   bultos tapados, mercaderías bien ordenadas. A la niña no se la veía en   esta oquedad. 
– Debéis marcharos –le ordenó uno de los cinco que fue a su encuentro. 
– ¿Y la niña? –La niña parece polaca, como nosotros. Si ella quiere puede quedarse. 
– Me quedaré si él se queda conmigo –gritó la pequeña desde no se sabía  dónde. 
– No soy un piel blanquecina como vosotros, pero sí sé que debo  quedarme –contestó con el arrojo del que se le escapa la oportunidad de  vivir. 
– ¿Por qué? 
 –Porque puedo haceros reír. 
En   ese momento las mercaderías de las terrazas se convirtieron en  personas  que aclamaban al recién llegado. Un baile de cuerpos hartos de  llorar y  sentir miedo solicitaban alegría: la fuerza mágica que vence a  la  acritud de lo injusto. Los invasores erraron: las bombas no  destruyeron  la mansión sino el número 23 de la calle Trueque que saltó  antes de  alegría y después por los aires.
[Relato. 2006. 
Silvia Lázaro Díaz]
  
Cuestionándome las guerras que las palabras justifican
  
Una piedra “pa-ra-bo-la”,
curvatura con destino,
causa efectos, trayectoria,
movimiento relativo.
“Para vuelan” piedras bombas,
“para vuelan” sin sentido.
Parabólicas consensuadas,
¡Mataron a mi niño!
Para vuelos ya no estoy
ni quimeras ni más duelos.
Para guerras no hay motivos,
madres de luto, testigos.
Paren ya tanta violencia
hablemos de los motivos.
Norte rico hinca diente
Sur insumiso desobediente.
Para qué tanto dinero,
lujo, ocio y confort.
Niños muertos, cementerios
por guerras de ambición.
Una piedra “pa-ra-bo-la”
curvatura con destino,
causa efectos, trayectoria,
movimiento relativo.
“Pa-ra-bo-lan” piedras bombas
¡Mataron a mi niño! 
 
Léelo completo al revés, con las evitables erratas (corrígelas tú, yo no tengo ganas), revuelto con otros trabajos, sin publicidad ni rentabilidad, ningún cuenteo, alejado de lo que me despersonaliza: AQUÍ, 
http://poesiaandaluza.blogspot.com/ 
El de siempre, "Gargantas habladoras". 
En el tono armónico de gargantas habladoras,
gastadas por el uso y la ingesta de dolores
se revientan venillas que aniquilan.
Enérgicas ruecas de bienaventuranzas se extinguen;
se gesta la desilusión de la impetuosa juventud;
se memora la impotencia de hechos;
se gesta el rendimiento por madurez;
Se memora la rendición con gestos.
Arrebatadas a los graves problemas,
agudas disfonías encrestan a oradores de oficio.
Fervorosos por convencer
dominan su febrícula engrasando discursos avinagrados.
En el tono armónico de gargantas habladoras,
bienaventuranzas se extinguen.
Se colorean las mejillas de sus almas,
Se disimulan sus lágrimas.
En las gargantas gastadas
por la ingesta de la impotencia
se instrumentan voces:
unas aprovechadas,
otras naturales
y muchas digitalizadas. 
["Gargantas habladoras". Fragmento corregido de 
Micromundo con melena. 2006. 
Silvia Lázaro Díaz] 
Si pudiera guardar silencio,
pero mi melena con estos vientos se seca...
Hablo pues.
No, mejor escribo y digo lo que no debo decir.
Siempre es lo mismo:
me corto,
me reprimo,
me censuro,
me rasuro.
y la melena muerta
viene también a mi luto.
Diabla cordura que nada tiene que ver con la conciencia,
Si se dijera con soltura en los parlamentos sin ofender
Es tan fácil percibir que hay quien padece…
Es tan fácil hasta decir...
Si pudiera guardar silencio,
pero mi melena con estos vientos se seca.
Y realmente poco sé.
Sé que la expresión libre está medida.
Que donde vayas di y haz según halles (haya)
y que lo que se calla es lo que se guerrea.
Produce muertos el económico silencio.
Se ahorran las justas palabras.
Se reparten las ofensas.
Se invierte en defensa
Y de lo que hay que hablar siempre se aparta.
Mi melena al viento
se seca con estos silencios. 
["Micromundo con melena que se seca con...". Fragmento corregido de 
Micromundo con melena. 2006. 
Silvia Lázaro Díaz] 
Cuestionándome las diferencias perpetuas 
entre el norte y el sur
Hay visillos de creencias que cortan venas,
cortinas de vanidades que dan pena.
Ante barrotes
(es) tupidos históricos
entraman reiterando los tejidos...
Hules de tul,
impermeables, satinados, inmaculados...
Libres de mancharse
resbalan migajas que alimentan al sur.
Hay ventanas cerradas inclementes
Hay puertas trancadas mordientes
Hay perros atados
Hay ¡ay!
Verbo patológico
demagogo... ¡Mentiras!
Dos mil seis años 
Dos mil seis años de historia de vida
En el Norte el referente
y en el sur habitan los dolientes.
¡Qué torpe somos!
A la naturaleza le pido
salud en el pensar
A los humanos ruego...
¿Por dónde empiezo?
¡Qué ingenuidad!
Lo sé.
¡Qué tontería!
También.
["Visillos de creencias". Fragmento corregido de 
Micromundo con melena. 2006. 
Silvia Lázaro Díaz] 
Estoy reciclando mis basuras
¡Huele mal!
Estoy haciendo sostenible mi vida
¡Pesa mucho!
Si evalúo la muerte
valoro la vida
sin que se devalúe la mente.
Mañana será cuando narre
cuentos bellos de amor,
hechos divertidos, ruegos,
gestos, sensaciones,
lo cotidiano, lo ritual,
peticiones de pasión…
Hoy no puedo.
Mi melena con estos vientos se seca.
El alma resollará anunciando el “magón”.
No quiero ser tierna carne a la que los suyos cuidan…
“Marenga” regresaré a la tumba Tierra
y desde los cielos, recitaré:
mi largo pelo, rizado y seco.
El planeta
al final. 
["Penúltimo". Fragmento corregido de 
Micromundo con melena. 2006. 
Silvia Lázaro Díaz]
Cuestionándome las guerras que las palabras justifican
  
MIS VOCALES
desde donde estoy y sabiendo que soy una insignificante persona más de las millones que estamos que logra aún reír a diario. 
Nada de violencia. Cuidar lo vivo -vivo está el planeta- (No a las nucleares). Democracias sin corrupción.
Concepto de ser humano mejorable. 
Justicia eficaz 
Derechos humanos
Cultura, libertad, respeto, trabajar por la igualdad (sentido amplio) 
y  
buen humor